Cabría hacer una diferencia entre el desarrollo psicomotor y la Psicomotricidad.
El primero es tema de interés de las disciplinas que se ocupan de la
infancia. El desarrollo psicomotor no es la Psicomotricidad. Existe como
fenómeno y campo de estudio más allá de la educación psicomotriz y la terapia psicomotriz.
La Psicomotricidad entonces es una disciplina que se autodefine cuando toma como objeto de estudio el cuerpo en los procesos de comunicación y aprendizaje.
El concepto de cuerpo debe entenderse delimitando una producción
particular y cultural diferente a la de organismo, término con el cual
se homologa en el lenguaje cotidiano.
La Psicomotricidad es una disciplina
encuadrada dentro de la “formas empíricas del saber”. Se presenta como
una práctica educativa o terapéutica, que se interesa por la
construcción del cuerpo y sus alteraciones. Su marco teórico referencial
está constituido por los aportes de la neurofisiología, la psicología
genética y el psicoanálisis. Está emparentada con el tratamiento de los
llamados Trastornos Psicomotores de la niñez y de la adolescencia. Es un
abordaje posible y complementario (de abordajes psicológicos,
psicopedagógicos, etc.) en los trastornos que afecten o retrasen la
adquisición de praxias, el campo de la expresividad y el acceso al juego corporal.
Para ejemplificar el concepto de cuerpo podemos decir que debemos diferenciar entre la pisada, la huella y el pie.
Si ordenamos los diferentes elementos participantes de una misma acción
-el acto de pisar- encontraremos los siguientes vocablos: pie, pisada,
huella.
¿Cuáles de estos conceptos son de incumbencia de la Psicomotricidad en su práctica?
El pie, como parte del organismo
constituido por un conjunto de huesos, músculos, articulaciones, etc.,
es tema de observación y práctica de las ciencias médicas;
traumatología, ortopedia, etc. Ante la presencia de alteraciones
mecánicas y estructurales se puede recurrir a la prestación de una
disciplina como la Kinesiología, pero raramente el psicomotricista
tendrá incumbencia en alteraciones de la mecánica del movimiento y de su
estructura articulatoria. El pie, desde el lugar del organismo, deja al
psicomotricista sin respuestas. En cambio otras acciones, sí son de su
incumbencia. Por ejemplo la acción de pisar, pero no cualquier acción de
pisar, sino la que deja huella, o sea que deja una marca de su acción,
en la propia memoria del cuerpo, tanto en su esquema e imagen corporal.
Pisar como acción humana fundante de la verticalidad, acto que quedará
impreso en nuestro lenguaje, al decir “los primeros pasos”, como modelo
de aprendizaje.
Dice Julián de Ajuriaguerra (1): “El
desarrollo del acto implica un funcionamiento fisiológico, pero el acto
no es solamente una suma de contracciones musculares, también es deseo y
toma de contacto, dominación o destrucción. La acción no se presenta
como la actividad de un espíritu descarnado, sino como una sucesión de
hechos con sus antinomias internas.”
Sara Paín diferencia el concepto de cuerpo del de organismo de la siguiente manera: “El
organismo puede definirse fundamentalmente como programación. La
sabiduría del organismo está integrada como una memoria asentada sobre
la morfología anatómica de los distintos órganos.” Agrega que las
reacciones orgánicas producidas no son controlables por el sujeto, ya
sea el monto de la adrenalina en la sangre o la adaptación retiniana a
la entrada de luz. Especifica que hay un cuerpo real distinto del
organismo que acumula experiencias, adquiere nuevas destrezas y
automatiza los movimientos, de manera de producir programaciones
originales o culturales del comportamiento. “La memoria del cuerpo es
distinta de la memoria del organismo por cuanto esta última tiene que
ver con la reproducción de los caracteres hereditarios y las
disposiciones que de ellos se desprenden. La reproducción por el cuerpo
es la de la mimesis, la que duplica al otro en un juego de espejo aún
antes de que se instale cualquier imagen de propiedad yoica”. (2)
A diferencia de la vida orgánica, el
cuerpo de la comunicación y la expresión es una construcción que no nos
es dada. Cuerpo como “insignia”, pues se constituye en un distintivo
que me diferencia de otros cuerpos al mismo tiempo que me identifica
con algunos, primero con los cercanos cuerpos de la familia, luego de la
colectividad que comparte usos y modos de manifestarse. De esta forma
el cuerpo se constituye en una insignia familiar y colectiva,
reúne los rasgos peculiares que le dan identidad a cada familia, en un
contexto de cuerpos colectivos que comparten las características
culturales de cada comunidad.
Nos encontramos con frecuencia ante la
evidencia de un parecido entre un niño y sus padres adoptivos. Esta
semejanza no nos sorprende cuando se trata del fruto de la reproducción
biológica. Pero ¿a qué se debe los efectos de semejanza de la
reproducción no biológica? Pensar una respuesta requiere apelar al
concepto de cuerpo y a la idea de una paternidad y una maternidad
corporal. En que fenómenos se basa el parecido. En la actitud postural,
en la voz, en el rostro y sus manifestaciones mímicas, en los ademanes,
en los gustos y sabores. Si bien no es un hijo de la vida orgánica, no
ha nacido de su reproducción genética, es hijo de cuerpo, lleva en sí
las huellas de un linaje corpóreo, ha sido modelado, ritmado,
saborizado, en ese vínculo de crianza.
Al cuerpo que nos referimos es a aquel que se construye sobre la vida orgánica, y se hace evidente en sus manifestaciones corporales, como son la mirada, la escucha, el contacto, la gestualidad expresiva, el rostro y sus semblantes, la voz, las praxias, la actitud postural, los sabores, la conciencia del dolor y del placer, etc. De esta manera, el cuerpo es en sus manifestaciones. Su construcción se da necesariamente en la relación con los otros.
Por ejemplo, la corporización de las
manos se inicia en épocas tempranas. Las madres se ocupan de acariciar,
nombrar, mover, fregar, señalar, imitar, utilizar todo el potencial funcional de las manos y ponerlas en funcionamiento en la búsqueda de un encuentro cognitivo, emocional e instrumental.
Imposible deshacer esta trilogía sin que se pierda la dimensión humana
que tiene, por ejemplo, el simple acto de chocar las palmas (“tortitas
de manteca”) frente al cuerpo querido. Cuando el niño se encuentra
frente a la tarea de pintar, trazar, escribir, recortar, de usar sus
manos, de poner en funcionamiento una praxia, debemos contextuar esa
tarea en la historia vincular de su mano, que incluye juegos diversos
como los que analizaremos aquí. Estos juegos y actividades, fundantes de
la capacidad lúdica, se encuentran “naturalizadas” , fuera de la
reflexión y el análisis.
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